El sistema 911 dominicano (en realidad no se si llamarlo de emergencia y seguridad), me ha brindado dos experiencias inolvidables. La primera fue en el viejo modelo, en la época en que el ministro Franklin Almeyda Rancier dirigía Interior y Policía, y la segunda, este domingo 23 de julio.
Empezaré por el caso más reciente. Eran justo las 8:50 de la noche del domingo cuando, transitando por la avenida Charles de Gaulle en dirección a Villa Mella (a unos 500 metros después del cruce de Sabana Perdida), el neumático delantero de mi vehículo calló repentinamente en un hoyo que no pude esquivar, pese a que estaba en medio de la calle.
El golpe fue tan fuete que provocó que la goma se vaciara por completo, obligándome de este modo a orillarme. Miré al frente hasta donde la vista me permitió, con el fin de avanzar como pueda hacia un lugar donde hubiera un poco de luz y colocar la repuesta. No fue posible. Era una oscuridad total.
Ante esa situación, y a sabiendo de que andaba con mi esposa y mi niña de tres años de edad, le pedí que llamara al 911, también llamado Sistema de Emergencia y Seguridad, para que nos enviaran una patrulla de la Policía de las que pudiera estar de servicio en el corredor Charles de Gaulle, a los fines de que nos asista.
Para mi sorpresa, luego de que la joven nos pidiera la localización exacta donde nos encontrábamos, terminó dándonos otro teléfono para que seamos nosotros quienes pidiéramos la patrulla policial por otra vía. Aquí se lo escribo:829.688.1000.
Mientras que en otro caso similar (hacen unos cinco años), requerí el servicio del 911, cuando este solo existía como nombre, y justamente me re-direccionaron a la Policía Nacional, conforme era la situación que me estaba afectando.
Se trataba de una avería sufrida en mi vehículo, esta vez en la Jacobo Majluta, a unos 1000 metros de la República de Colombia, también en dirección a Villa Mella, donde actualmente resido.
Esperé desde las 7:30 de la noche hasta los 8:30 que llegara la dichosa patrulla que ya me habían enviado, en medio de una oscuridad que sin ejemplo alguno, agravada por una lluvia imprevista.
Llamé en más de cinco ocasiones al mismo servicio e igual número de veces me transfirieron a la misma persona que conminaba a la patrulla a que me rescatara. Aunque medio desesperado, evité decirle que era 30, y que había cobrado, por lo que podría ser riesgoso.
En mi última llamada, la número seis, ya impaciente, me llevé otra sorpresa no menos interesante: la persona que me había atendido desde el principio había cambiado de turno con otro en la Policía. Imagine usted que sucedió.
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